Todavía recuerdo esa primera vez, ella estaba nerviosa sentada frente a mí, su expresión era algo tímida y sus ojos brillaban con ilusión. Nada más empezar a contarme sobre su proyecto, las palabras fluían sin orden, una idea tras otra, entusiasmo y a su vez miedo.
Yo la miraba, quizás incluso con más nerviosismo y timidez de la que ella podía tener, había pasado por la experiencia de emprender, la entendía y no dejaba de asombrarme. Cuando yo emprendí tenía 25 años, ella me duplicaba casi la edad, vivía en una zona rural, tenía 2 hijos y un marido del que pretendía separarse. Para ella, emprender era una necesidad, por lo que podía apreciar, ya que me miraba cómo si fuese su salvavidas.
Ayudarla a construir esa ventana por la que escapar para empezar de nuevo y poder poner en marcha ese proyecto en el que tanto confiaba, se convirtió en ese mismo momento en mi objetivo.
Después siguieron apareciendo emprendedores y emprendedoras, unas veces más entudiasmados/as, otras arrastrados/as por su necesidad y circunstancias personales, pero siempre existía algo en común con cada uno de ellos y ellas, su respeto.
Un respeto que te obliga a sacar lo mejor de ti, y no hablo solo en el ámbito profesional, también en el personal. Construir desde cero, partiendo casi siempre con dificultades, puede llegar a angustiarte, llegas a exigirte más a ti que tú a ellos/as, te involucras tanto, que tus días y noches se funden en cada uno de sus proyectos, de los cuales hoy en día, sigo sintiéndome tan orgullosa como si fuesen míos.
5 años como mentora cargan ya a mis espaldas, experiencias satisfactorias y fracasos, historias que se repiten en el tiempo… os podría hablar de cada uno de ellos y ellas, ya que recuerdo cada mentoría y proyecto como si fuese hoy, ¿y sabéis que es lo que nunca cambia?, esa primera mentorización, esa ilusión y ese respeto mutuo que te arrastra hacia la experiencia de emprender.
Proyectos de base tecnológica, artesanos y artesanas, cosmopolitas y rurales, por ambición, visión o necesidad… tantas experiencias, tantas historias, tanto por lo que debo dar gracias.
Si algo me enriquece profesionalmente de cada mentorización, son cada uno de ellos y ellas.
Me gustaría, desde mi experiencia destacar, que en cada puesta en común con los diferentes equipos de mentores y mentoras con los que he tenido la suerte de trabajar y compartir, la gran disponibilidad, entusiasmo, cariño y profesionalidad de cada uno de ellos y ellas.
Contar con esa base, directrices y equipo de profesionales a la hora de emprender, puede cambiar el rumbo de tu vida y proyecto, esto casi os lo puedo garantizar desde mi propia experiencia, ya que no tuve la suerte de poderme sentir acompañada y guiada profesionalmente por un mentor/a.
A todas y todos los que vais a empezar a emprender, independientemente del motivo o necesidad, os quiero decir que es un camino que merece la pena, nadie os quitará las noches sin dormir, el esfuerzo económico, las horas que restaremos a nuestras familias y amigos, pero cada uno de esos días y cada lágrima que derraméis en el camino (aunque esto último suene a guión de película), os puedo garantizar que os inundará el corazón de felicidad y orgullo.
Volviendo a esa primera mentoría, contar que todavía después de 5 años, seguimos charlando y compartiendo. Ella editó su libro y comenzó un camino nuevo en el que no da paso sin sonrisa, y yo, sigo aprendiendo de esa mujer, que pese a tenerlo complicado, me enseñó a no rendirme.
Este post, se lo dedico a ella y a todos y todas los que cada día trabajáis duro para cumplir vuestros sueños.
Firmado. Una mentora anónima.