Aprendemos a decir no a los 2 años de edad aproximadamente. En ese momento, nos posicionamos ante nuestros padres, ante el entorno social en el que estamos. Ese NO nos ayuda a ver dónde están los límites, a validar situaciones y, sobre todo, a valorar las consecuencias de decirlo.
La adolescencia es otra etapa donde él NO es parte fundamental de nuestro vocabulario y, prácticamente, una actitud ante la vida, un síntoma de rebeldía y búsqueda de nuestra identidad
¿Pero por qué dejamos de decirlo? Porque nos trae problemas y nos aleja de privilegios. Así de fácil y complicado a la vez, puesto que no negarse, de igual forma, nos trae dificultades y problemas graves de ansiedad o miedo en la edad adulta.
Nos agarramos fuerte a esas experiencias de la niñez o la adolescencia y asentimos continuamente para no sentirnos desagradables, maleducados, o egoístas y que terminemos siendo rechazados. Sin embargo, nos estamos equivocando.
Decir NO con asertividad, de forma respetuosa, franca, argumentada y en el momento idóneo es estupendo para nuestra salud tanto física como mental. Como todo, implica tiempo y esfuerzo, además de práctica y gestión de cualquier emoción que nos puedan asaltar después de hacerlo como la culpabilidad.
Algunas técnicas para romper con la culpabilidad consecuencia de decir NO pueden ser tener claro que nunca vamos a poder complacer a todo el mundo todo el tiempo, saber a quién sí que queremos complacer y por qué (quién y qué es prioritario para nosotros) y conocer de dónde viene el miedo a decir que NO. Esto nos puede ayudar a resetearnos ante situaciones donde lo más sano es negarnos.
Aprende a decir NO, tu salud mental te lo agradecerá.